Cambiamos de isla, después de tres días viviendo como reyes en Koh Pha Ngan, tocaba volver a la realidad, echarse la mochila al hombro y seguir al más puro estilo backpacker. ¿Próximo destino? La isla de Koh Samui.
Xavi y yo decidimos no reservar el alojamiento por internet y buscarlo una vez llegados al lugar. Y es que, como consejo a los futuros viajeros, a veces es mejor que veáis con vuestros propios ojos los alojamientos, comprobar que la cama no es una roca, que esté medianamente limpio o que funcione el wifi (si trabajas online esto último es indispensable).
Andábamos por las cercanías de Chaweng beach al nordeste de la isla cuando nos topamos con una tailandesa muy poco común, medio rapada, medio tatuada, nos invitó a ver las habitaciones de Pott Guesthouse. Se trataba de una habitación doble por 300 bath (7,7 euros) con baño propio y sin agua caliente, que, con el calor que hace tampoco viene nada mal. Buenísimo para la piel, tratemos de ver lo positivo. Aquella tailandesa nos cayó tan bien y transmitió tan buen rollo que al final fue su actitud la que nos convenció para quedarnos. Y es que, así somos Independencio y yo, nos puede el buen rollo. De hecho, nos encandiló tanto que no fuimos avispados de comprobar las camas… ¡Duras como una roca! Peor que el mármol. Pero oye, para el que lo pueda aguantar… Barato era 😉 Y unas buenas risas sí que nos echamos. Nos quedamos una noche.
Eso sí, el restaurante del hostel tenía muy buen precio y la verdad que el pollo con verduras y anacardos estaba delicioso. Pott Guesthouse no aparece en Google maps pero os lo señalo en el mapa.
Terminamos el día en la playa, bañándonos hasta el atardecer, recordando anécdotas de nuestra época de au pair en Oxford y de los amigos que conocimos: la dulce de Madalina, el divertido de Fede que me enamoró, la locura de Pauline, el zen de Fernan… Qué tiempos aquellos. No podía parar de reírme recordando cuando la madre anfitriona de Xavi le obligó a subirse al toro loco de la feria con el niño pequeño mientras a la vez debía sujetar unas palomitas. O cuando Xavi y yo dormimos en la cama de la madre anfitriona de Fernan a pesar de habérnoslo prohibido terminantemente. Al día siguiente nos enteramos que la madre trabajaba ni más ni menos que como policía secreta y que, por mucho que laváramos las sábanas, seguro lo notaría. El hecho de que Xavi olvidara su calcetín sucio en la habitación tampoco ayudó mucho y el pobre Fernan se terminó llevando una buena bronca. Pero como nos quiere mucho, nos perdonó. ¡¡Fernan te queremos!!
Extensión de Visado para Tailandia: Koh Samui
Al día siguiente tenía que extender mi visado para seguir disfrutando de las preciosas playas de Tailandia. Nos dirigimos a la oficina de inmigración de Koh Samui situada al norte de la isla. Es muy sencillo, vas, rellenas un formulario con tus datos, el por qué quieres extender el visado, etc… No os preocupéis por el trámite, yo iba súper nerviosa y es de lo más sencillo. Pagas unos 50 euros (1900 bath), esperas y listo, ya tienes otros 30 días para seguir viajando por Tailandia. Asegúrate bien de disfrutarlos porque la extensión de visado, barata, lo que se dice barata, no es 😉 Diría que nos llevó unas dos horas entre que rellenas el formulario y esperas.
Una vez conseguida la extensión de visado, tocaba buscar un nuevo hogar. Xavi y yo dimos con un trozo de paraíso para backpackers con presupuesto limitado: New Hut bungalows en Lamai beach. Unas mini cabañas de colores en plena arena de la playa. ¿Puede ser más bonito? Por sólo 7 euros teníamos una cabaña con 2 camas, un ventilador, un espejo y una mini estantería anclada en la pared a modo de mesita, de lo más práctica para dejar el móvil o ipad mientras lo cargas. Más que suficiente, acogedor y con camas cómodas, ¡por fin!, eran dos colchones tirados en el suelo pero dormimos estupendamente. ¿A vosotros no os pasa que dormís como bebés cuando se trata de un colchón tirado en el suelo? Yo diría que duermo incluso mejor que en una cama normal. ¿Por qué será eso? En fin. Los baños eran compartidos, los tenían muy limpios y nunca faltaba papel (ejem, ejem, que a otros hoteles parece que les cuesta oro poner papel, que el chorrito a modo manguera que ponen no es suficiente, ¡hombre ya!).
Sales de tu casita y estás en la playa. Te tiras en la cama y escuchas las olas del mar. Un paraíso de tranquilidad, rodeado de palmeras, te sientes como en casa nada más llegar. Nos hubiéramos quedado allí una larga temporada. Pero al día siguiente no tenían disponibilidad (normal), y eso nos pasa por dejarlo todo para el último momento, demasiada improvisación en nuestro viaje. Xavi y yo nos dijimos que nuestro próximo viaje no sería tan improvisado y es que la tieta (la tía de Xavi y nuestra inspiración para viajar a Tailandia, una experta en viajes asiáticos) tenía razón, lo improvisado al final sale caro.
Así que a la mañana siguiente tuvimos que coger nuestras cosas y echar a andar (que es más sano y bueno para el bolsillo). De camino Xavi quiso cambiar sus euros a bath tailandés (que por cierto, si vuestro banco os cobra por sacar dinero en el extranjero, lo mejor sin duda es venir con euros y cambiarlos aquí, no suelen cobrar comisión, y el cambio que hacen es el correcto). Mientras Xavi trataba de despertar al de la taquilla para que cambiase sus euros, un tailandés sentado en medio de la calle cantaba en voz ultra alta y muy desafinada, la situación mas surrealista del mundo, estas cosas que sólo pasan cuando viajas con Xavi. Uno: ¿Cómo es que el de la taquilla podía dormir mientras la voz de pito de aquel señor berreaba para todo el país? Y dos: ¿Qué hace el de la taquilla durmiendo en horas de trabajo? Lo fuerte es que a lo largo de mi estancia en Asia, esa no sería la primera vez que me vería obligada a despertar a un dependiente.
Nos habían hablado del hostel Rich Resort situado también en Lamai beach.
Cuándo llegamos allí, la chica de recepción nos dice que el dormitorio es compartido con ¡¡40 personas!!. Evidentemente pensamos que no fue más que un error de comprensión y que escuchamos «forty» (40) cuando en realidad dijo «fourteen» (14, ¿no debería traducir esto verdad? Bueno, por si acaso). Preguntamos: «Se refiere a catorce, ¿verdad?», a lo que ella contestó: «No, no, cuarenta: cuatro – cero.» Los ojos como platos. ¿¿Compartir habitación con 40 personas?? ¿¿Perdona?? Esto ya es el colmo.
Teníamos tanta curiosidad por ver un dormitorio con 40 camas que decidimos echarle un ojo. Muy amable la recepcionista nos enseño la habitación, daba gusto entrar, el aire acondicionado estaba a tope, era una habitación larga con un ventanal al final en el que se veía la playa. Cada uno tenía su cubículo privado por lo que, si querías privacidad no tenías más que echar la cortinilla. Aunque sea difícil de creer. Es de los mejores hostales dónde he dormido. Por ponerle una pega, sólo había 2 o 3 baños. Pero repetiría. Altamente recomendado. Sólo 4 euros la noche.
El Hostel consta de tumbonas acolchadas tanto en su piscina como en la playa. Esto es vida sin duda. Aquel día pudimos disfrutar de las olas, pasamos horas dentro del agua. Cada noche hacían espectáculo de fuego en el hotel. El lugar es, de verdad, una pasada.
Con la emoción, Xavi y yo nos propusimos hacer 100 abdominales cada día, aprovechamos el atardecer en la playa para hacerlo. De momento parecemos dos pardillos muy pardillos, pero dadnos un mes… (venga os lo adelanto, la propuesta de 100 abdominales diarios terminó al tercer día, jaja).
Al día siguiente quisimos ir a Koh Tao pero no somos de los que madrugan, se nos hizo tarde, así que nos tumbamos en los sofás de la piscina y seguimos trabajando con nuestros ordenadores.
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